Lea Nicholas-MacKenzie, conocida como la “Princesa Guerrera”, ha luchado toda su vida por los derechos de las Mujeres Indígenas en el plano nacional e internacional. Considera que la Recomendación General de la CEDAW es el instrumento que tiene el poder de presionar a los Estados para un cambio real y efectivo.
El 19 de julio de 1979, un centenar de Mujeres y Niñas y Niños Indígenas de la Primera Nación Tobique del Canadá iniciaron una marcha de 160 km que atrapó la mirada de cientos de personas. Armadas con pancartas y letreros de color rojo, esas mujeres implacables recorrieron lagos, bosques y ríos desde el pueblo de Kanesatake hasta el Parlamento canadiense en Ottawa para manifestarse contra una ley canadiense conocida como la Ley sobre los Indios, que era discriminatoria contra las Mujeres Indígenas. Esta ley del siglo XIX establecía que si una Mujer Indígena se casaba con un hombre no indígena, ella y sus hijos perdían sus estatus de “Indios”.
Entre los participantes de esa marcha histórica estaba la pequeña Lea Nicholas, que acompañaba a su mamá, activista política de la organización Indian Rights for Indian Women. Esa fue la primera vez que luchó por los derechos de las Mujeres Indígenas. “Recuerdo sentirme inspirada por esas mujeres valientes dedicadas a despertar conciencias”, explica.
Las manifestantes lograron que el Ministro de los Asuntos Indios de Canadá se sentara con ellas como actores políticos, resultado sorprendente para la época. Finalmente, en 1985, consiguieron que el gobierno aprobase una propuesta de ley para reformar la Ley sobre los Indios. Desde muy pequeña, Lea aprendió que si se lucha de forma unida por los derechos individuales y colectivos de las Mujeres Indígenas, se pueden obtener grandes éxitos. Su carrera de incidencia política a nivel nacional e internacional la llevaría a obtener el nombre de “Princesa Guerrera”.
El Pueblo Wəlastəkwey de Canadá
Lea creció entre árboles, nieve y ríos helados, rodeada de primos y primas, tíos y tías. Pasaba el día en medio de una naturaleza exuberante, atrapando conejos, paseando con raquetas de nieve o recogiendo el famoso sirope de arce. Pero bajo esta imagen idílica de la niñez se esconde una situación de pobreza, falta de oportunidades y despojo del Pueblo Wəlastəkwey —también conocidos como Maliseet—, al que Lea pertenece.
El Pueblo Wəlastəkwey forma parte de las Primeras Naciones del Canadá, compuestas por 635 comunidades, representantes de más de 50 naciones y grupos lingüísticos distintos. Su nombre hace referencia al hermoso río Wəlastəkw y enfatiza la relación de sus miembros con el espacio natural que habitan. Antes de la colonización, vivían por el territorio geográfico entre Quebec, New Brunswick y Maine. “Esta era nuestra tierra, pero los colonos impusieron fronteras. Ellos no veían ninguna tierra ni territorio Wəlastəkwey”, explica Lea. Gran Bretaña firmó los Acuerdos de Paz y Amistad con los Pueblos Indígenas del Canadá en 1725 y 1779. Sin embargo, estos fueron raramente respetados y los británicos siguieron usando prácticas coloniales para deshumanizar a los Pueblos Indígenas. “Pero no consiguieron eliminarnos por completo”, recalca Lea .
El poder de la educación: una historia de horror para los Pueblos Indígenas del Canadá
En la familia Nicholas, la educación era un requerimiento imprescindible. Aunque la abuela Nicholas no había podido asistir a la escuela fuera de la reserva, luchó para que sus hijas e hijos, nietas y nietos sí tuvieran esa oportunidad. Este alto nivel de educación entre familias indígenas era completamente inusual en aquella época, ya que la Ley sobre los Indios impulsó un sistema educativo para Niños y Niñas Indígenas que tenía como objetivo la asimilación y genocidio cultural.
Entre 1894 y 1947, la asistencia a estos internados indios era obligatoria, y es uno de los episodios más oscuros de la historia de Canadá. Se han documentado numerosos abusos físicos, psicológicos y sexuales; y se estima que entre 10.000 y 50.000 Niños y Niñas Indígenas desaparecieron. A fecha de septiembre de 2021, se han encontrado más de 1.300 cuerpos en fosas comunes en los alrededores de cinco de estos internados.
MacKenzie fue a una escuela de día para Indios. “Había mucho abuso, similar a lo que pasaba en los internados; por ejemplo, no nos dejaban hablar nuestra lengua, pero al menos por la noche volvíamos a casa con nuestras familias”, explica. Es por eso que para Lea no solo es importante acceder a la educación, sino también ejercer control sobre ella.
La experiencia del Pueblo Mi’kmaw de Nueva Escocia retrata cómo una educación intercultural puede ser clave para el desarrollo de las comunidades indígenas. Desde 1999 rige una ley que concede al Pueblo Mi’kmaw poder de decisión sobre la lengua, la historia, la identidad y el contenido de la educación. Este sistema posibilita que la tasa de graduación al final de la escolarización para Jóvenes Indígenas sea del 90%, mientras que en el resto del país se sitúa alrededor del 40% o en los peores casos, en el 25%.
De la incidencia política nacional a la internacional
Gracias a esta educación, y a un grado en lengua francesa y lingüística, Lea pudo salir de su comunidad en busca de nuevas oportunidades. El precio que pagó fue vivir alejada de sus raíces. Su primer trabajo fue en el gobierno del Canadá, en el Departamento de Asuntos Indios, en el área de Territorios y medio ambiente. Según Lea, esta fue una oportunidad para conocer el sistema desde dentro, aunque no pudo hacer mucho para cambiarlo. “Era demasiado joven y no sabía cómo luchar por los derechos de los Pueblos Indígenas en un sistema que les va en contra. Así que me fui”.
Su siguiente paso fue como Jefa de Personal de la Asamblea de las Primeras Naciones. “Allí me convertí en una verdadera activista”, reconoce. En 1998 la enviaron a participar en la sesión anual de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer en Nueva York. “No sabíamos cómo usar las Naciones Unidas para el avance de nuestros derechos. Habían sólo tres Mujeres Indígenas participando y casi no tuvimos la oportunidad de hablar. Fuimos discriminadas por muchas del movimiento feminista, y esto nos hizo dar cuenta de la importancia de tener nuestra propia voz”, explica.
A partir de ese evento, Tarcila Rivera Zea, lideresa indígena Quechua del Perú y actual Presidenta de FIMI, la invitó a organizar el evento preparatorio de Beijing +5. Lea y el resto del equipo consiguieron traer más de 100 Mujeres Indígenas a Nueva York y formarlas en cómo usar las herramientas de las Naciones Unidas para hacer oír sus voces y promover sus derechos. De ese evento surgió la Escuela Global de Liderazgo de FIMI, que ya va por la novena edición.
Recomendaciones para hacer escuchar nuestras voces
20 años después de ese evento histórico, el movimiento global de Mujeres Indígenas ha conseguido iniciar una Recomendación General de la CEDAW para Mujeres y Niñas Indígenas. Aunque ya hay instrumentos de las Naciones Unidas que reconocen los Derechos sobre los Pueblos Indígenas, los derechos humanos de los Pueblos Indígenas deben incluirse en todos los instrumentos, incluyendo las convenciones como la CEDAW. “Las Mujeres Indígenas la podrán usar para defender sus derechos a nivel estatal. Por eso es tan importante”, concluye.
Sin embargo, hacerse un espacio en estos ámbitos de toma de decisiones —en los que las Mujeres Indígenas no son bienvenidas— no ha sido nada fácil. “Debemos entrar en la sala como hicieron nuestros ancestros, quienes lucharon por nuestros derechos. Por ellos siento que puedo enfrentarme a cualquier reto que surja”, explica.
Para Lea, también es importante tener coraje, aunque eso no quiere decir “no tener miedo sino que el miedo no te detenga”. Después de años de trabajo de incidencia política a nivel local, nacional e internacional, Lea ha encontrado la mejor fórmula para conseguir que la otra persona sentada en la mesa la escuche: aportar soluciones. “Hay que ser persuasiva, no agresiva. Dar un golpe sobre la mesa no va a servir de nada. Frente a un problema, lo mejor es proponer cómo solucionarlo”, concluye.